Barrios arrasados y con muertos en las calles que nadie era capaz de identificar
Los vecinos de zonas periféricas de la ciudad concentraron la mayor cantidad de víctimas fatales; en unas pocas cuadras, cinco cuerpos yacían sobre el asfalto; por la noche, las ambulancias y los patrulleros seguían haciendo traslados a la morgue.
LA PLATA.- Alfredo Rojas estaba descalzo. Tenía los pies llenos de barro y la mirada perdida. Como si hubiera sido testigo de una guerra de la que sólo quedaban escombros, autos abandonados y chapas mojadas. La noche anterior, él y los "pibes del barrio" se habían organizado para rescatar, sin ayuda oficial, a las familias del asentamiento de emergencia que se levanta a la vera del arroyo El Gato, en el barrio platense de Ringuelet.
La mayoría había quedado atrapada en sus casillas de madera; eran viejos y niños que no podían salir por la correntada. "Buscamos unos botes viejos y cualquier madera que pudiera flotar. A muchos los cargamos sobre los hombros y a otros los arrastramos. A medianoche nos abrieron la escuela de la calle 2 bis y 515 bis y pudimos armar un centro de evacuados", contó Rojas.
Entre los evacuados se encontraba Juan, de 60 años, rescatado por los chicos Nadie sabía cuál era su apellido. "Creo que fue su hijo el que lo trajo. Lo acostamos en un salón y lo abrigamos. Parecía que tenía frío, los chicos no se dieron cuenta porque seguían sacando gente, pero el abuelo había llegado muerto a la escuela. Los médicos nos confirmaron que murió electrocutado", contó la maestra Lila Alonso.
La primera ayuda concreta que tuvieron esos evacuados fue de la municipalidad, que les entregó paquetes de fideos y latas de salsa de tomate.
"Mi hermana estaba preocupada. Tenía miedo de que le pasara algo a papá y a mamá. La pasé a buscar y mi cuñado se quedó en su casa, en 530 entre 8 y 9. Eran las ocho de la noche y nos quedamos con los viejos. Mi hermana llamó varias veces a su casa y nadie respondía. Las calles parecían un río y no podíamos llegar. Ayer, a las 8, encontré muerto a mi cuñado. Tenía 55 años y aparentemente se había caído de la mesa: un golpe lo dejó inconsciente y se ahogó en los 50 centímetros de agua que había en la casa", contó Salvador Bruno.
Al caer la noche, los vecinos del barrio Cementerio asistieron a una triste imagen: los muertos seguían llegando a la morgue. Pero ya no se usaban ambulancias. Eran trasladados en patrulleros.
En tan sólo seis cuadras del barrio La Loma, RMN pudo contabilizar cinco cuerpos dispersos por el vecindario a la vista de todos. Nadie podía identificarlos. ¿Quiénes eran? ¿Qué les había pasado? ¿Quién estaría sufriendo su pérdida?
A pocas cuadras de allí, también en La Loma, la casa de los padres de Emiliano Pereda parecía decorada por un empapelado marrón oscuro que alcanzaba 1,80 metros de altura. "Es devastador", dijo el joven mientras secaba, o al menos lo intentaba, el agua amarronada.
Sus padres, Luis Ángel y María Silvia, y uno de sus siete hermanos, Macarena, se salvaron porque pudieron, hasta que algunos vecinos los ayudaron a subir al techo de la vivienda de calle 34, respirar a través del borde superior de una ventanilla lateral a la puerta de entrada.
Las horas transcurrían en el barrio La Loma, pero el desolador paisaje seguía siendo el mismo. Como ferias americanas, los vecinos colgaban las prendas de las rejas para secarlas. Las veredas fueron copadas por bolsas de basura que contenían los más preciados documentos: cuadernos pintados por niños, álbumes de fotos y libros. Y por las calles, la gente caminaba como ida. A nadie le llamaba la atención el vehículo rojo que, dado vuelta, se había estacionado sobre la vereda. Tampoco sorprendía que un vecino de 33 y 22 hubiera dispuesto sus utensilios de cocina sobre el césped. Nadie entendía qué había ocurrido en La Loma.
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