La llegada del ministro Casamiquela sólo será un hecho positivo si es acompañada por profundas transformaciones en la política agraria.
La designación de un hombre como Jorge Capitanich, que conoce muy bien la situación de los productores algodoneros, al frente de la Jefatura de Gabinete , y la llegada del nuevo ministro de Agricultura, Carlos Casamiquela, pueden constituir hechos positivos y oxigenantes, tras la desafortunada gestión del renunciante, Norberto Yauhar, quien entre otras desavenencias nunca recibió a la Comisión de Enlace ni dejó recuerdo de su paso por esa cartera.
Asignado el Ministerio de Agricultura a un reconocido profesional, el éxito de su gestión dependerá de que puedan removerse los obstáculos que crean el intervencionismo y el estatismo, dando curso a una mayor productividad y competitividad del vital sector agroindustrial.
Es claro, sin embargo, que más trascendente para el sector rural ha sido la renuncia del secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, quien habiendo abusado de las funciones de su cartera y de las pertenecientes a otras áreas del Gobierno para las cuales no estaba habilitado, produjo graves daños. Entre los más nefastos resultados de sus medidas se encuentra la pérdida de diez millones de cabezas de ganado vacuno, nada menos que el 20% del inventario ganadero. A ello se sumaron las mínimas siembras de trigo, cuya cosecha sólo registra parangón con las ocurridas cien años atrás. Tamaño desatino dejó como saldo el meteórico aumento del precio del pan y otros alimentos vitales, cuyo abastecimiento podría requerir la importación de trigo. También quedó afectada la siembra de maíz, cuyo aumento de precios tiene preocupados a los productores avícolas y de porcinos, además de afectar el engorde de vacunos en corrales. Pero dado que Moreno contó indudablemente con el apoyo de la presidenta de la Nación, cabe concluir que el cambio de política de la cartera agraria debe ir mucho más allá del nombre del sucesor de Yauhar.
Casamiquela es un destacado ingeniero agrónomo que viene de presidir el INTA. Le toca ahora desmontar la rupestre y frondosa estructura administrativa creada por Moreno y sus antecesores a partir del cambio que representó trocar la secretaría en ministerio, la decisión más destacable del gobierno kirchnerista, no acompañada posteriormente por las sucesivas gestiones de la mayoría de sus titulares. El nuevo ministro deberá luchar por sus convicciones adquiridas en su actividad con sus colegas del gabinete nacional y con otras áreas de la administración, donde anidan convicciones intervencionistas y estatistas.
La realidad muestra que la propia Presidenta tiene una visión del agro difícil de conciliar con el crecimiento de la productividad y competitividad internacional, hecho que constituirá un escollo de importancia. No es el caso del nuevo jefe de Gabinete, que comprende cabalmente al campo y lo ha apoyado en muchas oportunidades como gobernador del Chaco.
Es bueno recordar que uno de los motivos que impulsaron desde antaño la creación de este ministerio fue la distancia que separaba a los secretarios de Agricultura de los presidentes de la Nación. La búsqueda del diálogo, una buena costumbre perdida por el ministro saliente, merece hacerse presente nuevamente. Debería comenzar por una audiencia con la Comisión de Enlace en la cual se pudiera replantear el clima de crisis que afecta importantes regiones agrícolas y que amenaza con la pérdida de una nueva oportunidad para sacar partido de las demandas que ofrecen los mercados del mundo para la economía nacional.
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