miércoles, 4 de noviembre de 2015

Un prestamista, un sicario que se equivocó de víctima y un chofer demasiado descuidado


Los tres fueron condenados a perpetua por el crimen de una mujer, esposa del hombre al que querían eliminar. En el medio había una disputa por una casa.


Griselda Fuentes Cabral tenía 31 años. El asesino le tiró a su marido, lerró y la mató a ella.


Contrató a un sicario para matar a un comerciante, pero todo le salió mal: el asesino falló, acribilló a la esposa del blanco que le habían señalado y encima terminó detenido, junto al chofer que lo llevó a la escena del crimen. Los investigadores descubrieron pronto quién había sido el instigador y ahora la Justicia lo condenó a perpetua junto a los dos autores materiales.
El crimen ocurrió en Santa Rosa, La Pampa. El 14 de mayo de 2014, Eduardo Ros –de 62 años, dueño de una rotisería– bajó de su camioneta en el patio de su casa, pasadas las 22.45. Iba como acompañante porque al volante iba su esposa, Griselda Fuentes Cabal (31). Apenas el comerciante puso un pie en el estribo, un hombre apareció entre las sombras y le disparó.
Pero Ros alcanzó a ver una silueta de reojo y llegó a girar su cabeza. Ese movimiento le salvó la vida: la bala, que iba dirigida a su cabeza, le rozó un ojo (le provocó un desprendimiento de retina) e impactó en su nariz. Al ver que había fallado, el atacante metió el brazo en la cabina de la camioneta y volvió a disparar. Ese tiro fue mortal: la mujer del comerciante giró y se cubrió, pero el balazo le pegó en la nuca.
El asesino insistió con su objetivo original. Pero cuando intentaba rematarlo, la víctima tuvo otro golpe de suerte: se dejó caer y el tiro, que iba a su nuca, apenas le rozó una oreja. Fue suficiente para el sicario, que huyó en la oscuridad.
En paralelo, ocurrió otra casualidad. Un policía que iba patrullando la zona en moto se sorprendió al ver los extraños movimientos de un Fiat Palio que pasaba a una cuadra de allí a muy baja velocidad, con las luces apagadas y las patentes tapadas con un plástico.
El coche, según determinó el policía, era manejado por un joven llamado Gastón Soria (33). El agente decidió detenerlo, impulsado por el hecho de que el barrio, Villa Martita, es una zona de casas residenciales lujosas, con anchos garajes y amplios parques.
Al mismo tiempo, el comando radioeléctrico policial reportó disparos en la zona. El policía revisó el auto y se encontró con que llevaba una bolsa de papas. El dato cobraría relevancia horas después: el hombre que había disparado contra Ros y Fuentes Cabal había usado una papa como precario silenciador, según se determinó gracias a los pedazos que quedaron desparramados en el lugar del crimen.
Una vez que los investigadores interrogaron a Soria, el detenido reveló que le habían pagado para trasladar hasta ese barrio a un joven, Diego “Coco” López (23). Al día siguiente, éste fue detenido.
En el Palio, además, secuestraron un celular de Soria. Los mensajes de texto complicaron a “Coco” López –quien había sido el sicario– y a Carlos Luján Sosa (59), un prestamista e inversor inmobiliario, que fue arrestado días después.
“Hay más plata si liquidan al viejo”, decía uno de los mensajes que había enviado Sosa a Soria. Esos mensajes revelaron un plan para matar a Ros, que inicialmente había sido concebido como “darle un susto”. Además, tres llamados del prestamista a ese celular, entre las 22 y las 22.43 del día del ataque, dieron la pauta de que estaba monitoreando lo que ocurría.
En el juicio, el fiscal Guillermo Sancho acusó a Sosa de haber instigado el crimen, a López de haberlo ejecutado y a Soria, de partícipe necesario por haber trasladado al asesino. Bajo esas imputaciones los condenaron a perpetua.
En el debate, el comerciante contó lo que pasó después del primer tiro. “Mi cabeza iba a mil, estaba aturdido. Me di cuenta de que me iba a morir... me quise hacer el muerto y giré para tirarme al suelo”, relató. “Volví a girar, con tanta suerte que el tiro me entró atrás del oído, pero iba a la nuca, Dios se acordó de mí. Después me corrió un escalofrío, pensé que me iba a rematar. Pero no pasó eso”.
En el juicio se determinó que Ros le había comprado una casa a Sosa, pero que como estaba a nombre de un tercero no habían hecho la escritura. Se iban a reunir para hacerla un día después de la noche en que se produjo el ataque. Ese fue el móvil del asesinato: el prestamista quería quedarse con la propiedad y con el dinero.
Además, tres testigos declararon que Sosa y Soria les habían ofrecido unos 20 mil pesos para “asustar a alguien”. Pero se habían negado. Fue el dato que terminó de confirmar que había un plan para elminar a Ros. Un plan que falló.

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