Productores de Cañuelas lograron volver a producirlas mediante cruces embrionarios.
Haga la prueba. Si visita La Rural váyase hasta el pabellón Ocre –el que está más cerca de la entrada por Plaza Italia– y acérquese hasta la zona de los Camélidos. Una vez ahí, compruebe que no pasará más de un minuto hasta que alguien vea a las llamas y repita eso de “la llama que llama”, marca registrada de los creativos Agulla y Baccetti, que a esta altura deberían cobrar derechos de autor por la frase. Pero atención, porque en este pabellón, no todo lo que parece una llama es realmente una llama. Este año, también hay alpacas. Y con la alpaca todavía no hay verso, porque este animal está por primera vez en la historia de La Rural.
A simple vista, una alpaca y una llama no tienen muchas diferencias. Las alpacas son un poco más petisas, y mucho más bravas de carácter. Las dos son especies domésticas: de hecho si son bien adiestradas, responden al llamado de su cuidador: cuando Fernando Arevillca le dice a Blanquita “ven Blanquita”, Blanquita va hasta él. El adiestramiento tiene dos etapas: por un lado, que los animales estén amansados, para acostumbrarse a que se les acerque el público y al ruido permanente que hay en el pabellón. Y, por el otro, que respondan a la orden de su cuidador (lo dicho, el “ven Blanquita”). Una vez domesticadas, las llamas y las alpacas pueden usarse como “caddies” de algunos jugadores de golf y también para travesías de trekking, como animal de carga.
Pero su principal provecho productivo es la fibra (lana dan las ovejas, los camélidos producen fibra). “Un animal como estos es esquilado una vez por año, y se obtienen alrededor de dos kilos y medio por cabeza”, dice Arevillca, ingeniero agrónomo de Oruro, Bolivia, que trabaja para la cabaña Los Cedros.
Las alpacas argentinas se habían extinguido. El proceso para volver a tener alpacas nacidas en el país incluyó la importación de ejemplares de Perú y Bolivia (principales productores a nivel mundial de alpacas y llamas) y una investigación genética para producir alpacas nacionales, con el apoyo científico y la investigación de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad de Buenos Aires. Para la cría se implantaron embriones en el vientre de una llama (técnica de transferencia embrionaria en vientres receptores), algo inédito en el mundo. Esta experiencia también puede comprobarse también en el pabellón ocre. En un mismo corral está la llama “madre”, que es mucho más mansita, mientras que la alpaca “bebe” es un poco más arisca. Por ahora hay animales de raza Huacaya, cuyo precio puede alcanzar los 40 mil pesos por ejemplar.
Al frente de esta experiencia inédita está Pablo Llover, uno de esos tipos que tiene un trabajo de los que no se encuentran todos los días. Pablo es importador de animales, dueño de un zoológico y proveedor de especies para los principales zoológicos del país. “Me encantan los animales”, dice, como obvia carta de presentación pero que también sirve para explicar por qué intentar con las alpacas. “No lo hago por plata, de hecho con esto pierdo plata, no es mi negocio. Y ojalá haya muchos más que se animen a criar alpacas”. El ya tiene 60 alpacas argentinas, todas en su campo de Cañuelas. Y en esta primera vez de las alpacas en La Rural, también tiene al ejemplar campeón: es un poco arisca, y quizás sea porque ya está podrida de escuchar eso de la llama que llama.
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