Sergio Berensztein es el politólogo más influyente de Argentina.
Sergio Berensztein es el politólogo más influyente de Argentina. Primero, porque su consultora Poliarquía se ha ganado una reputación de precisión en las encuestas pre-electorales, lo cual le ha valido cierta aureola de predictor sobre el siempre incierto futuro de este país imprevisible. Pero, además, es influyente por la agudeza de su análisis, que escapa a los estereotipos y que suele develar aspectos no siempre claros a primera vista.
En estos días, como suele ocurrir en los períodos de elecciones, su agenda está repleta de apariciones en los medios de comunicación, charlas en eventos corporativos y consultas con gente ansiosa que requiere su punto de vista antes de tomar decisiones importantes.
En medio de ese ajetreo, Berensztein se hizo tiempo para recibir a El Observador en su coqueta oficina de Puerto Madero. En una extensa charla revela por qué no cree, a diferencia de muchos de sus colegas, que necesariamente el kirchnerismo deba ingresar en un período de caos.
¿Qué es lo que está en juego con estas elecciones legislativas?
Una primera dimensión para mirar es que el lunes empieza la carrera por la sucesión presidencial.
Porque lo que determinó la elección primaria de agosto fue que Cristina Kirchner definitivamente está en el final de su ciclo, que su pretensión de perpetuarse quedó trunca y, por lo tanto, empieza la puja por la sucesión.
Y el panorama dependerá de cuál sea el resultado electoral: si Sergio Massa aparece como ganador nato, si Daniel Scioli puede mostrar que a pesar de todo se puso la campaña al hombro y el resultado no fue tan catastrófico para el oficialismo. Y también ayudará a ver qué otros candidatos quedan posicionados en los partidos de la oposición.
Y hay otra cosa que empezará a definirse a partir del lunes y tiene que ver con la gobernabilidad. Lo que todavía no sabemos es si un revés electoral, como se presume que tendrá el oficialismo, significará un shock que dejará condicionado al gobierno de Cristina.
¿Cómo podría influir una derrota electoral en los dos últimos años de la gestión kirchnerista?
Cuando uno mira los gobiernos anteriores, que terminaron muy complicados y algunos ni siquiera pudieron completar el plazo previsto, justifica plantearse la cuestión de la gobernabilidad para los próximos dos años. Ahora ya no hay actores extrasistémicos que cuestionen la legitimidad del gobierno, pero la gobernabilidad igual sufre por las crisis económicas. Hay tensiones en temas como el tipo de cambio, la inflación, la negociación de la deuda.
Y la pregunta es si el gobierno va a continuar con este giro a la moderación que ha demostrado en las últimas semanas al negociar con el Banco Mundial, hablar con acreedores, intentar acelerar el ritmo devaluatorio. Hasta hay candidatos oficialistas que admiten tácitamente que la inflación real es superior a la que dice la estadística. Mi hipótesis es que el gobierno no va a aceptar un giro ortodoxo, pero sí va a hacer correcciones necesarias para evitar una crisis. No anunciará un plan antiinflacionario porque no se siente cómodo realizando un ajuste, pero sabe que tiene que tomar medidas por necesidad.
En estos días, como suele ocurrir en los períodos de elecciones, su agenda está repleta de apariciones en los medios de comunicación, charlas en eventos corporativos y consultas con gente ansiosa que requiere su punto de vista antes de tomar decisiones importantes.
En medio de ese ajetreo, Berensztein se hizo tiempo para recibir a El Observador en su coqueta oficina de Puerto Madero. En una extensa charla revela por qué no cree, a diferencia de muchos de sus colegas, que necesariamente el kirchnerismo deba ingresar en un período de caos.
¿Qué es lo que está en juego con estas elecciones legislativas?
Una primera dimensión para mirar es que el lunes empieza la carrera por la sucesión presidencial.
Porque lo que determinó la elección primaria de agosto fue que Cristina Kirchner definitivamente está en el final de su ciclo, que su pretensión de perpetuarse quedó trunca y, por lo tanto, empieza la puja por la sucesión.
Y el panorama dependerá de cuál sea el resultado electoral: si Sergio Massa aparece como ganador nato, si Daniel Scioli puede mostrar que a pesar de todo se puso la campaña al hombro y el resultado no fue tan catastrófico para el oficialismo. Y también ayudará a ver qué otros candidatos quedan posicionados en los partidos de la oposición.
Y hay otra cosa que empezará a definirse a partir del lunes y tiene que ver con la gobernabilidad. Lo que todavía no sabemos es si un revés electoral, como se presume que tendrá el oficialismo, significará un shock que dejará condicionado al gobierno de Cristina.
¿Cómo podría influir una derrota electoral en los dos últimos años de la gestión kirchnerista?
Cuando uno mira los gobiernos anteriores, que terminaron muy complicados y algunos ni siquiera pudieron completar el plazo previsto, justifica plantearse la cuestión de la gobernabilidad para los próximos dos años. Ahora ya no hay actores extrasistémicos que cuestionen la legitimidad del gobierno, pero la gobernabilidad igual sufre por las crisis económicas. Hay tensiones en temas como el tipo de cambio, la inflación, la negociación de la deuda.
Y la pregunta es si el gobierno va a continuar con este giro a la moderación que ha demostrado en las últimas semanas al negociar con el Banco Mundial, hablar con acreedores, intentar acelerar el ritmo devaluatorio. Hasta hay candidatos oficialistas que admiten tácitamente que la inflación real es superior a la que dice la estadística. Mi hipótesis es que el gobierno no va a aceptar un giro ortodoxo, pero sí va a hacer correcciones necesarias para evitar una crisis. No anunciará un plan antiinflacionario porque no se siente cómodo realizando un ajuste, pero sabe que tiene que tomar medidas por necesidad.
Hay economistas que creen que ese “camino del medio” no será posible y que el gobierno se verá pronto en la disyuntiva de hacer un ajuste significativo o arriesgar un escenario de crisis. ¿Cuál cree que sería la actitud de Cristina?
Para responder esto, hay que entender los mecanismos de toma de decisión política en Argentina. Antes había en el peronismo una especie de directorio informal donde solo participaban los gobernadores de las provincias, y de donde terminaba saliendo el siguiente presidente. Y lo que ha ocurrido ahora con la emergencia del fenómeno Massa es que aparece un actor distinto, el intendente, que disputa el poder y en la práctica está rompiendo una manera de entender la política.
Y lo que ocurre hoy es que si Cristina se radicaliza y la situación económica empeora, en ese escenario quienes tienen más chances de ganar políticamente son los intendentes. Y los gobernadores, que tratan de garantizar la gobernabilidad, van a decir “esto no me conviene”.
Es como un triángulo “no amoroso” de poder, donde la pregunta es si Cristina va a poder tomar decisiones unilaterales como si no tuviera que responder a su “directorio”. Los gobernadores tienen mucha influencia en el Congreso, y si Cristina opta por la radicalización, puede quedar muy sola porque los gobernadores quieren diferenciarse de ella.
Pero más allá del apoyo que pueda tener, la presidenta dio señales de que preferiría dar un paso al costado antes que empañar su gestión con un ajuste…
Aquí el punto es cómo ella quiere seguir su vida después de 2015, si quiere mantener influencia o arriesgarse a ocupar un rol marginal. Y si mira a sus antecesores, lo que surge es que aquellos presidentes que intentaron dar cuenta de los problemas económicos con mayor decisión, incluso votando leyes para allanarle las cosas a su sucesor, como hicieron Alfonsín y Duhalde, fueron los que mantuvieron influencia. En cambio, De la Rúa y Menem tienen problemas judiciales y su influencia política terminó siendo nula.
Si Cristina mira eso, entonces debería ser lo más flexible posible para evitar tener problemas luego. Hay que recordar, además, que antes de ella, ningún presidente había intentado domesticar al poder judicial, algo en lo que fracasó. Teniendo en cuenta todo esto, la presidenta tendría que pensar mucho su estrategia y mi impresión es que cuanto más flexible y pragmática sea, menos problemas va a tener.
¿Es correcto considerar que la pérdida de votos que sufrió el kirchnerismo es un rechazo al modelo económico?
En Argentina, a diferencia de Uruguay, el concepto de partido político está licuado. No existe la tradición familiar partidaria. Entonces la gente vota según motivaciones individuales, y el voto de la elección anterior no te condiciona el de la siguiente.
Y en ese contexto las lealtades son débiles. Muchos habían votado a Cristina no por un convencimiento militante, sino por la economía, por ejemplo. Y ese voto, luego del cepo cambiario, luego de la confrontación discursiva, del “vamos por todo”, de los escándalos de corrupción, del accidente ferroviario de estación Once… generó un clima en el cual mucha gente dijo “yo no había votado esto, yo voté más de lo mismo”. En ese caso sí hubo un voto castigo. Pero lo cierto es que Argentina ya tenía un 45% del voto muy anti K.
Pero no da la sensación de que quienes hoy votan por la oposición quieran un ajuste ortodoxo.
Es cierto que la sociedad no está demandando austeridad. El tema es que en Argentina lo que no hay todavía es un consenso por la estabilidad. Este es un país que tolera un 25 de inflación, algo intolerable en cualquier país. Y uno se pregunta cómo es posible una cosa así en un país que vivió dos veces la hiperinflación. Y es que el estado de la opinión pública se explica por la crisis más reciente. Hubo consenso para un plan estabilizador en los años 90 porque antes estuvo la hiperinflación.
Y después de 2001, la demanda social era el empleo, aunque el precio a pagar fuera inflación. Hoy existe un sector mayoritario que se acuerda de la crisis de desempleo, y de hecho es un tema en el que machaca el gobierno. Como si dijera “yo te doy empleo, pero no me preguntes si el costo de eso es tener proteccionismo, pelearme con el resto del universo, sufrir inflación, perder reservas”.
Hay un sector que se da cuenta de que el modelo tiene problemas de sustentabilidad porque no fomenta la productividad ni la inversión, ni el ahorro, pero es un sector minoritario. Solamente una crisis haría cambiar el consenso y hasta ahora esa crisis no se ha producido. Mientras tanto, no va a haber espacio para un programa de austeridad con apoyo social.
La oposición debería ser la más interesada en una corrección de la economía, pero parece oponerse a medidas de ese tipo…
Todo el mundo quiere que esta experiencia populista termine distinto a las anteriores. Antes pasaba que el que hacía las macanas no las pagaba y entonces las consecuencias del boom de consumo insustentable las pagaba el gobierno siguiente.
Ahora, lo que quiere la mayoría del entorno político es que Cristina pague las consecuencias de lo que ella generó. En el fondo, todos quieren que ella sea quien devalúe y actualice las tarifas de los servicios públicos, pero no lo van a decir en público.
La pregunta es cuánto ella va a reconocer de los problemas y qué va a hacer con eso. Si toma medidas impopulares va a pagar un costo político, pero al mismo tiempo tampoco le conviene dejarle todos los problemas como herencia a su sucesor por los costos personales que va a tener que pagar cuando deje la presidencia. La verdad es que para Cristina, ahora, son todas malas noticias.
Para responder esto, hay que entender los mecanismos de toma de decisión política en Argentina. Antes había en el peronismo una especie de directorio informal donde solo participaban los gobernadores de las provincias, y de donde terminaba saliendo el siguiente presidente. Y lo que ha ocurrido ahora con la emergencia del fenómeno Massa es que aparece un actor distinto, el intendente, que disputa el poder y en la práctica está rompiendo una manera de entender la política.
Y lo que ocurre hoy es que si Cristina se radicaliza y la situación económica empeora, en ese escenario quienes tienen más chances de ganar políticamente son los intendentes. Y los gobernadores, que tratan de garantizar la gobernabilidad, van a decir “esto no me conviene”.
Es como un triángulo “no amoroso” de poder, donde la pregunta es si Cristina va a poder tomar decisiones unilaterales como si no tuviera que responder a su “directorio”. Los gobernadores tienen mucha influencia en el Congreso, y si Cristina opta por la radicalización, puede quedar muy sola porque los gobernadores quieren diferenciarse de ella.
Pero más allá del apoyo que pueda tener, la presidenta dio señales de que preferiría dar un paso al costado antes que empañar su gestión con un ajuste…
Aquí el punto es cómo ella quiere seguir su vida después de 2015, si quiere mantener influencia o arriesgarse a ocupar un rol marginal. Y si mira a sus antecesores, lo que surge es que aquellos presidentes que intentaron dar cuenta de los problemas económicos con mayor decisión, incluso votando leyes para allanarle las cosas a su sucesor, como hicieron Alfonsín y Duhalde, fueron los que mantuvieron influencia. En cambio, De la Rúa y Menem tienen problemas judiciales y su influencia política terminó siendo nula.
Si Cristina mira eso, entonces debería ser lo más flexible posible para evitar tener problemas luego. Hay que recordar, además, que antes de ella, ningún presidente había intentado domesticar al poder judicial, algo en lo que fracasó. Teniendo en cuenta todo esto, la presidenta tendría que pensar mucho su estrategia y mi impresión es que cuanto más flexible y pragmática sea, menos problemas va a tener.
¿Es correcto considerar que la pérdida de votos que sufrió el kirchnerismo es un rechazo al modelo económico?
En Argentina, a diferencia de Uruguay, el concepto de partido político está licuado. No existe la tradición familiar partidaria. Entonces la gente vota según motivaciones individuales, y el voto de la elección anterior no te condiciona el de la siguiente.
Y en ese contexto las lealtades son débiles. Muchos habían votado a Cristina no por un convencimiento militante, sino por la economía, por ejemplo. Y ese voto, luego del cepo cambiario, luego de la confrontación discursiva, del “vamos por todo”, de los escándalos de corrupción, del accidente ferroviario de estación Once… generó un clima en el cual mucha gente dijo “yo no había votado esto, yo voté más de lo mismo”. En ese caso sí hubo un voto castigo. Pero lo cierto es que Argentina ya tenía un 45% del voto muy anti K.
Pero no da la sensación de que quienes hoy votan por la oposición quieran un ajuste ortodoxo.
Es cierto que la sociedad no está demandando austeridad. El tema es que en Argentina lo que no hay todavía es un consenso por la estabilidad. Este es un país que tolera un 25 de inflación, algo intolerable en cualquier país. Y uno se pregunta cómo es posible una cosa así en un país que vivió dos veces la hiperinflación. Y es que el estado de la opinión pública se explica por la crisis más reciente. Hubo consenso para un plan estabilizador en los años 90 porque antes estuvo la hiperinflación.
Y después de 2001, la demanda social era el empleo, aunque el precio a pagar fuera inflación. Hoy existe un sector mayoritario que se acuerda de la crisis de desempleo, y de hecho es un tema en el que machaca el gobierno. Como si dijera “yo te doy empleo, pero no me preguntes si el costo de eso es tener proteccionismo, pelearme con el resto del universo, sufrir inflación, perder reservas”.
Hay un sector que se da cuenta de que el modelo tiene problemas de sustentabilidad porque no fomenta la productividad ni la inversión, ni el ahorro, pero es un sector minoritario. Solamente una crisis haría cambiar el consenso y hasta ahora esa crisis no se ha producido. Mientras tanto, no va a haber espacio para un programa de austeridad con apoyo social.
La oposición debería ser la más interesada en una corrección de la economía, pero parece oponerse a medidas de ese tipo…
Todo el mundo quiere que esta experiencia populista termine distinto a las anteriores. Antes pasaba que el que hacía las macanas no las pagaba y entonces las consecuencias del boom de consumo insustentable las pagaba el gobierno siguiente.
Ahora, lo que quiere la mayoría del entorno político es que Cristina pague las consecuencias de lo que ella generó. En el fondo, todos quieren que ella sea quien devalúe y actualice las tarifas de los servicios públicos, pero no lo van a decir en público.
La pregunta es cuánto ella va a reconocer de los problemas y qué va a hacer con eso. Si toma medidas impopulares va a pagar un costo político, pero al mismo tiempo tampoco le conviene dejarle todos los problemas como herencia a su sucesor por los costos personales que va a tener que pagar cuando deje la presidencia. La verdad es que para Cristina, ahora, son todas malas noticias.
“Con Uruguay habrá que empezar de vuelta”
¿La agenda bilateral con Uruguay es otro de los temas que no tendrán arreglo hasta las elecciones de 2015?
Es un tema para los líderes que vienen. Todos sabemos que la relación con Uruguay, como con Brasil y Paraguay, son fundamentales para Argentina, y en estos años Argentina ha hecho todo para desgastarlas.
Hay que empezar de vuelta. Un plano multilateral a plantear es qué hacer con el Mercosur, donde el debate es si va a seguir como está, que no tiene ningún sentido, o si se va a reconstruir como un acuerdo de libre comercio.
Y en lo bilateral con Uruguay hay tres o cuatro aspectos vitales. El primero es la cuestión ambiental a raíz del conflicto por las pasteras. Y luego la relación general en la que ha ocurrido esta cosa absurda de que cuando había una pequeña tensión se podía terminar en una pelea, con errores de ambas partes.
Pero con nuevos liderazgos de ambos lados va a haber vocación de arreglar.
También hay una duda en el vínculo financiero, cómo se va a transparentar eso de manera que no perjudique a Uruguay y que al mismo tiempo genere transparencia y funcionalidad con el Estado argentino.
Y lo otro es que cuando uno mira el futuro de la región, Uruguay tiene el destino de ser el hub logístico más importante para Brasil y Argentina. Entonces, eso puede ser un problema o una oportunidad. El potencial de Uruguay en infraestructura es infinito. Y frente a eso es absurdo que la discusión pase por el tema del dragado. Eso expone la falta de visión estratégica de la dirigencia argentina.
Es un tema para los líderes que vienen. Todos sabemos que la relación con Uruguay, como con Brasil y Paraguay, son fundamentales para Argentina, y en estos años Argentina ha hecho todo para desgastarlas.
Hay que empezar de vuelta. Un plano multilateral a plantear es qué hacer con el Mercosur, donde el debate es si va a seguir como está, que no tiene ningún sentido, o si se va a reconstruir como un acuerdo de libre comercio.
Y en lo bilateral con Uruguay hay tres o cuatro aspectos vitales. El primero es la cuestión ambiental a raíz del conflicto por las pasteras. Y luego la relación general en la que ha ocurrido esta cosa absurda de que cuando había una pequeña tensión se podía terminar en una pelea, con errores de ambas partes.
Pero con nuevos liderazgos de ambos lados va a haber vocación de arreglar.
También hay una duda en el vínculo financiero, cómo se va a transparentar eso de manera que no perjudique a Uruguay y que al mismo tiempo genere transparencia y funcionalidad con el Estado argentino.
Y lo otro es que cuando uno mira el futuro de la región, Uruguay tiene el destino de ser el hub logístico más importante para Brasil y Argentina. Entonces, eso puede ser un problema o una oportunidad. El potencial de Uruguay en infraestructura es infinito. Y frente a eso es absurdo que la discusión pase por el tema del dragado. Eso expone la falta de visión estratégica de la dirigencia argentina.
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