Analistas advierten que no debe confundirse la derrota oficialista con una demanda de cambios drásticos en la economía. Más bien, buena parte de los votantes pide el retorno de la versión más “virtuosa” de los pilares kirchneristas. Massa, candidato para el service.
Como en los vestuarios de los equipos derrotados, en el Gobierno empiezan los reproches y los pases de facturas que no pueden ventilarse a la vista de la hinchada.
El mensaje oficial fue que el kirchnerismo sigue siendo la primera fuerza política del país, que no hay que dramatizar una pérdida de votos en una elección legislativa y que retener un 32% de las adhesiones luego de una década en el poder no es una señal de debilidad sino una demostración de fortaleza.
De hecho, todos esos datos son parte de la verdad, algo que fue reconocido por los politólogos. Pero no alcanza para festejar.
Por eso empezó la búsqueda de culpables y traiciones varias. El vicegobernador de Buenos Aires, Gabriel Mariotto, fue uno de los que no se preocupó por criticar en voz baja y puso el dedo en la llaga: admitió abiertamente que hubo una derrota dura y, además, endilgó ese revés a una campaña de comunicación que renunció a la identidad K.
“Es necesario decir que se perdió porque no se puede reconstruir lo que se niega”, afirmó el “enemigo íntimo” del gobernador Daniel Scioli. Y advirtió: “El pueblo nos ha puesto una luz amarilla”.
Desde su programa radial, Mariotto fue uno de los primeros en buscar una interpretación a la derrota kirchnerista en el principal bastión electoral del país: “Fue una campaña muy vacía de contenido, en donde se apeló más a slogans casi personales y no se puso en palabras ni los diez años de transformación ni hacia dónde vamos. Asimilarnos a la estética del adversario es darle la razón al adversario”.
El tema que observa Mariotto será, seguramente, uno de los grandes ítems de debate en el Gobierno: ¿fue un error abandonar el ácido slogan “En la vida hay que elegir” y toda su connotación de antinomia, para adoptar unacomunicación que hacía “espejo” sobre el discurso de Massa?
En estas horas, las urnas parecen darle la razón a aquellos que cultivan el estilo más “puro” dentro deluniverso K y que se resisten a diluir el discurso con el mensaje de la armonía.
También parece ser el momento de la revancha para quienes habían criticado en voz baja la andanada demedidas que adoptó el Gobierno luego de las primarias de agosto, en una movida que no sólo no le sirvió para recuperar votos sino que hasta tuvo un efecto boomerang, porque se leyó como una estrategia oportunista.
Y, para peor, hasta complicó las cuentas fiscales, como resultó con el caso del alivio en el Impuesto a las Ganancias, un punto en el cual el kirchnerismo sufrió una derrota conceptual: debió tragarse en tiempo récord suargumento de que ese tributo alcanzaba a la minoría con más altos salarios y que cualquier modificación resultaría socialmente injusta, porque pondría en riesgo el mantenimiento de los planes sociales.
Como señala Marcos Novaro, director del Centro de Investigaciones Políticas, “uno de los más serios problemas que puede enfrentar un gobierno en retirada es que todo lo que ceda y corrija sea presentado como un logro no de él sino de sus adversarios“.
Los analistas más lúcidos del propio kirchnerismo se dieron cuenta que esto, además de parecer contradictorio, ni siquiera dejaría el consuelo de traer rédito electoral.
El politólogo Artemio López ya había propuesto “dejar de mirar tanto a los sectores medios y a la opinión pública, y mirar más a las demandas de los sectores populares, que fueron históricamente más fieles”.
El analista Gerardo Fernández había planteado que “la medida, además de que a esta altura de los acontecimientos no es redituable en votos, favorece a la crema de los asalariados que nos detestan”.
¿Perdió el modelo o el relato?
Todas estas críticas, las que hacen a la forma y al fondo -al estilo de la campaña y a las medidas económicas del Gobierno- sintetizan la madre de todas las preguntas para el kirchnerismo: ¿Qué fue exactamente lo que rechazó la gente: el “relato” o el “modelo” propiamente dicho? ¿O ambas cosas?
Todas estas críticas, las que hacen a la forma y al fondo -al estilo de la campaña y a las medidas económicas del Gobierno- sintetizan la madre de todas las preguntas para el kirchnerismo: ¿Qué fue exactamente lo que rechazó la gente: el “relato” o el “modelo” propiamente dicho? ¿O ambas cosas?
Y, en todo caso, si hay un rechazo a todo, ¿por qué al suavizar el discurso y al poner dinero en los bolsillos de la clase media ($4.500 millones) no dio la respuesta esperada? ¿No era que si había desempleo bajo y consumo alto, el electorado siempre apoyaría al oficialismo?
He aquí la gran novedad que dejó esta elección legislativa: hay una etapa en la cual la población puede consumir y, al mismo tiempo, votar a la oposición. Viajar al exterior como en los mejores momentos de la “plata dulce” y, simultáneamente, criticar la política cambiaria. Batir récords de compra de autos y, no obstante, decir que no tolera más el ritmo inflacionario.
El kirchnerismo se está enfrentando a una triste realidad: el otrora mágico “relato” llegó a su límite. Lo “corren por izquierda” con temas como los accidentes ferroviarios y el trato de YPF con Chevron.
Y suena poco convincente cuando toma temas históricos “de derecha” como la inseguridad. Todo un dilema que, como quedó demostrado, el estilo “moderado” de Scioli no logró resolver.
En la campaña, los analistas ya habían advertido que Sergio Massa había inaugurado un nuevo período decomunicación “light”, que algunos no vacilaban en asimilar a la demagogia (Ver nota:“La era de la política light”).
Así lo describe el economista Eduardo Levy Yeyati: “El político new age no es un estafador, ni un accidente, ni la semilla del fin de la política, sino una creación colectiva, un emergente de sus votantes, la proyección de nuestros temores y deseos. El new age es lo que se vota en la antesala del pos-kirchnerismo“.
Y la socióloga Beatriz Sarlo, que se declaró “asustada con los líderes post-políticos que hay hoy”, refiriéndose a Massa, afirmaba: “Da lo que la gente quiere escuchar. No es él el que propone. Dice la música del momento, el hit. La gente ordena y tiene el discurso del demagogo”.
El debate sobre si este estilo es bueno o malo puede ser infinito. Pero lo que no deja dudas es que a Massa le dio buen resultado en las urnas.
Candidato para hacer el “service”
Scioli podrá preguntarse por qué a él no le resultó bien adoptar el estilo de “buena onda” y la ambigüedad dedecir que se quiere mantener lo bueno y corregir lo malo.
Scioli podrá preguntarse por qué a él no le resultó bien adoptar el estilo de “buena onda” y la ambigüedad dedecir que se quiere mantener lo bueno y corregir lo malo.
Tal vez la respuesta la tengan los mismos kirchneristas que criticaron el tono de su campaña: no debe confundirseel triunfo de Massa con un pedido de “cambio de modelo”.
Como observa Sergio Berensztein, director de la consultora Poliarquía: “En realidad, muchos de los que habían votado a Cristina en 2011 no lo habían hecho por un convencimiento militante, sino por la economía“.
“Y ese voto -agrega- luego del cepo cambiario, luego de la confrontación discursiva, del ‘vamos por todo’, de los escándalos de corrupción, del accidente ferroviario de estación Once… generó un clima en el cual mucha gente dijo ‘yo no había votado esto, yo voté más de lo mismo’”.
En ese marco, lo que ocurrió el domingo fue una elección extraña, en la cual Massa era un opositor de quien todo el mundo sospechaba que era un kirchnerista “reformado”, mientras Scioli es percibido como un oficialista que sobreactúa su adhesión al modelo, pero en realidad es un “opositor infiltrado”.
En esa batalla está claro que no ganó el que más se opuso al modelo, sino quien pudo posicionarse como el que le podría hacer el “mejor service” para que continúe funcionando.
La oposición frontal a ese modelo fue representada por Francisco de Narváez, quien vio reducido su apoyo a un nivel mínimo y demostró que equivocó el diagnóstico sobre cuál había sido el mensaje de los “cacerolazos”.
En cambio, Massa acertó al afirmar que no buscaría cambios radicales.
Y dio un mensaje fuerte al incorporar personajes que representan la “época dorada” del modelo K, como Miguel Peirano, Alberto Fernández y Roberto Lavagna.
Como afirma el agudo analista Jorge Asis: “Lo que Massa muestra hasta hoy a la sociedad, en la práctica, es una condición de ex cristinista, oportunamente independizado, abierto y presentable. Una especie de kirchnerista disidente. Prolijo. Sin desmesuras ni desmanes”.
En definitiva, Massa fue quien comprendió que no había que proclamar la muerte del “modelo”, sino la necesidad de que éste entrara en el taller, porque en manos del kirchnerismo podía romperse.
A fin de cuentas, señalan analistas, ¿quién quiere hoy en la Argentina votar a alguien que tenga en su plan de gobierno una moderación salarial, un aumento de tarifas de los servicios públicos, una brusca corrección cambiaria, un congelamiento en las vacantes del empleo estatal y un recorte duro del gasto público?
“La sociedad no está demandando austeridad. El tema es que en la Argentina lo que no hay todavía es un consenso por la estabilidad”, analiza Berensztein.
Para este politólogo, el estado de la opinión pública siempre se explica por la crisis más reciente. Eso fue lo que hizo que en los ’90 haya habido un consenso para implantar un plan estabilizador que alejase el fantasma de la hiperinflación. Y luego del 2001 que se adoptara una política pro-empleo, aunque el precio a pagar fuera una economía cerrada.
“Hay un sector que se da cuenta de que el modelo tiene problemas de sustentabilidad, porque no fomenta la productividad ni la inversión ni el ahorro, pero es un sector minoritario. Solamente una crisis haría cambiar el consenso, y hasta ahora esa crisis no se ha producido. Mientras tanto, no va a haber espacio para unprograma de austeridad con apoyo social”, señala Berensztein.
Es claro que Massa hizo el diagnóstico correcto. Por más que su frase haya sido objeto de mofas, dijo lo quetodos querían escuchar: que es necesario preservar lo bueno -el alto consumo, los subsidios- y corregir lo malo -la inflación, el cepo cambiario-.
Y, para transmitir este mensaje, usó armas kirchneristas. Como afirma Asis, “se mostró como la fotocopia de Scioli”.
Lo cual viene a confirmar a los analistas que aseguran que, para ganarle a un oponente, hay que parecérsele y tomar parte de su discurso.
“Siempre decimos que todo discurso con vocación hegemónica debe incluir y superar a aquel (discurso) al que intenta desplazar y esto es uno de los fundamentals del posicionamiento marcario de Massa, aun cuando intercambió nutrido fuego con el gobierno nacional”, afirma Rubén Weinsteiner, destacan en comunicación política.
Y, para confirmar su presunción, asegura que sólo uno de cada diez electores del intendente de Tigre justificó su voto por el perfil opositor, mientras que la mayoría destacó sus cualidades en la gestión.
“Es decir que una parte importante de los votantes piensa que es algo así como un ‘post kirchnerismo’”, agrega.
Este es el panorama post-legislativas: un kirchnerismo que, derrotado, se verá tentado a pensar que la solución pasa por volver a las raíces y “profundizar el modelo”, mientras que Massa seguirá enviando el mensaje de queél es quien está mejor capacitado para que ese modelo vuelva a funcionar correctamente.
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