Frente al Coliseo, emoción y reflexión
Lejos de la algarabía, en la noche romana reinaron la paz y la meditación.
ROMA .- La atmósfera era diferente, la intensidad de la devoción probablemente mayor. Las decenas de miles de fieles que asistieron anoche al Vía Crucis en el Coliseo de Roma, presidido por primera vez por el papa Francisco, signaron ese momento fundador de la cristiandad con un profundo recogimiento, muy lejos de la entusiasta algarabía que acompañó al flamante pontífice desde que se sentó en el trono de Pedro.
Un profundo momento de reflexión y silencio que había comenzado temprano por la tarde, cuando la gente comenzó a llegar a los alrededores de las impresionantes ruinas de ese circo romano, donde tantos cristianos fueron martirizados y crucificados, como Jesús en Jerusalén.
Cuando se esfumó la luz, decenas de miles de pequeñas antorchas de todos colores se encendieron para iluminar esas milenarias piedras, que seguramente siguen habitadas por el espíritu de 20 siglos de generaciones humanas.
Cuando llegó el Papa, cerca de las 21, un río humano que centelleaba como una noche estrellada se extendía desde el inicio de la Vía San Gregorio, pasaba por el costado izquierdo del arco de Constantino y desbordaba todos los espacios imaginables en torno al Coliseo y a los pies del Palatino. Allí, para seguir el rito, vestido con un sencillo sobretodo blanco, Francisco se sentó en un sillón de terciopelo rojo.
Para llevar la cruz -"única palabra que hoy tiene importancia", dijo el Papa-, se alternaron familias, religiosas, miembros de congregaciones y representantes eclesiásticos de todo el mundo.
Sumido en una profunda introspección, es difícil decir si el Papa escuchó cada palabra de las meditaciones preparadas por 54 jóvenes que llegaron especialmente del Líbano para el Viernes Santo. "Juntamos moneda por moneda para pagarnos el viaje", dijo, emocionado, Pierre Slim.
Representantes de todas las confesiones cristianas de aquella región (maronitas, armenios, ortodoxos, caldeos, asirios y protestantes) castigada por la violencia, esos jóvenes se esforzaron en que ese mensaje, leído a los fieles anoche en Roma, dijera que "siempre, donde hay sufrimiento, prima la esperanza".
En ese marco suntuoso de granito milenario, con el verde intenso de los cipreses y las cabelleras de plata de olivos centenarios, el Papa seguramente apreció la plegaria a Dios por "las mujeres heridas en su dignidad" y por los jóvenes, víctimas de la droga, la soledad y la violencia.
Los cantos del coro de jóvenes maronitas, interpretados junto a las voces de la Capilla Sixtina, contribuyeron a ese ambiente de paz y meditación que reinó en la noche romana en torno al nuevo pontífice, muy lejos del arrebato de los primeros días.
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