La llegada a la sede de Pedro del cardenal Jorge Bergoglio, primer papa americano, argentino y jesuita, ha suscitado -y lo seguirá haciendo- una sucesión de hechos sin precedente. Otro de ellos: la arquidiócesis de Buenos Aires como nunca antes en su historia quedó vacante porque su arzobispo por los últimos quince años fue elegido papa dos semanas atrás.
En diciembre de 2011, al cumplir 75 años, Bergoglio -en su condición de arzobispo- presentó su dimisión a Benedicto XVI , tal como lo marcan las normas canónicas después del Concilio Vaticano II.
Muy pronto, el entonces cardenal tuvo señales directas desde Roma que el Papa no consideraría su dimisión y que deseaba que continuara en el gobierno pleno de la arquidiócesis. Fiel a su bajo perfil, a su cuidadoso manejo de los gestos y de la información, deslizó sin estrépito ese dato a obispos auxiliares y sacerdotes, y no se inquietó por muchas conjeturas y versiones -no pocas veces malintencionadas- que vaticinaban su inminente alejamiento.
Las versiones y conjeturas sobre el sucesor de Bergoglio en Buenos Aires comenzaron aun desde antes que el cardenal cumpliera los 75 años
Para más, la coincidencia del envío de su renuncia con el final de su segundo mandato como presidente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) en noviembre de 2011, contribuyó a confundir y favoreció a quienes se lanzaron a pronosticar su ocaso.
Sucedido al frente de la CEA por monseñor José María Arancedo, no muchos consideraron entonces -como había vuelto a suceder en estos días- que el arzobispo de Santa Fe podría también reemplazarlo en la arquidiócesis porteña.
Lo cierto es que cuando Benedicto XVI conmovió al mundo y a la Iglesia con su inédita renuncia,pocos dudaban aquí que aquella carta de dimisión enviada por Bergoglio aún dormía en el escritorio del Papa. Para decirlo con mayor precisión: todavía no se había puesto en marcha el proceso de consultas que precede siempre a la designación de un obispo, un trámite que lleva adelante la Nunciatura Apostólica.
Ese proceso, canónica y pastoralmente regulado, concluye con recomendaciones que finalmente quedan en manos de la Sagrada Congregación para los Obispos para la decisión final del Papa.
Las versiones y conjeturas sobre el sucesor de Bergoglio en Buenos Aires comenzaron aun desde antes que el cardenal cumpliera los 75 años en diciembre de 2011.
Pero cuando el cónclave se pronunció, todo cambió. ¡La arquidiócesis había quedado vacante porque el renunciante arzobispo ahora era el Papa!
Seguramente el cardenal tenía "su candidato" y hasta es posible que ya lo hubiera comentado informalmente con otros obispos y con el nuncio apostólico, monseñor Emile Tscherrig. Tengo razones para preguntar: ¿el candidato de Bergoglio es el de Francisco? Una cosa es proponer a un sucesor y considerar que seguiría en Buenos Aires, aunque en la residencia sacerdotal para los retirados -como decía el cardenal hasta que se fue al cónclave- y otra cualitativamente diferente es ser el Papa y tener que estrenar una de sus potestades: crear o nombrar obispos.
LOS CANALES CON ROMA, DESPEJADOS
En esta situación, no es menor, recordar que en los últimos años hubo episodios que suscitaron ciertos "cortocircuitos" entre la Conferencia Episcopal y sectores de la curia romana, tanto en cuestiones pastorales como en lo relacionado con el mencionado proceso de selección y propuesta de obispos. Esas situaciones determinaron que un par de años atrás, la comisión ejecutiva del Episcopado -Bergoglio, los arzobispos Luis Villalba (ahora emérito de Tucumán) y Arancedo, y el obispo Enrique Eguia- recorriera los dicasterios romanos y despejara los canales de comunicación entre los obispos argentinos y Roma.
Semanas después, por ejemplo, la Santa Sede aprobó el nombramiento de monseñor Víctor Manuel Fernández, rector de la Pontificia Universidad Católica Argentina, puesto en funciones bastante tiempo antes por el cardenal Bergoglio. No solo eso: después de aquella visita y tras el alejamiento de monseñor Adriano Bernardini, llegó a la Nunciatura Apostólica porteña monseñor Emile Tscherrig, suizo, de fluida y cordial relación con el Episcopado.
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