El principal desafío institucional presente en la Argentina.
La “marcha del silencio” fue un éxito de convocatoria. Pero está destinada a ser un nuevo fracaso si ninguna agrupación política logra expresar con claridad el reclamo embrionario contenido en la movilización.
Se equivocaron los que calcularon que la marcha era “contra el gobierno”. Esto va mucho más allá. Fue una movilización a favor de la instauración de un gobierno republicano. Es decir: una marcha contra todos los que avalan –por acción u omisión– el actual régimen autoritario.
El sistema político argentino está diseñado para que los poderes Legislativo y Judicial terminen siendo cooptados por el Poder Ejecutivo. El propio fiscal Alberto Nisman fue un instrumento de ese régimen autoritario durante la mayor parte de su carrera.
Nada va a cambiar hasta que se decida instaurar la independencia de los tres poderes. Por más noble que asegure ser cada nuevo gobierno, la concentración del poder, tarde o temprano, termina creando rentas extraordinarias que fabrican grandes fortunas, las cuales, inevitablemente, necesitan crear organizaciones mafiosas para poder consolidarse.
En la actual coyuntura cada nueva votación presidencial será un viaje a una aventura desconocida. Las discusiones sobre la probabilidad de cada candidato es un mero entretenimiento onanista si no aparece nadie que garantice una reforma institucional orientada a instaurar un gobierno republicano.
En Brasil una modesta investigación realizada por policías provinciales derivó, gracias a la independencia del Poder Judicial, en el descubrimiento de una megared de corrupción en la compañía estatal Petrobras. Es imposible que suceda algo así en el régimen autoritario argentino.
En unos días la “marcha del silencio” será sólo un recuerdo difuso. Tenemos varios meses más para quebrar nuestra capacidad de asombro. Vamos a escuchar muchas promesas electorales. Sólo necesitamos que nos digan cómo piensan implementar un gobierno republicano. Lo demás no importa.
El principal desafío institucional presente en la Argentina.
La “marcha del silencio” fue un éxito de convocatoria. Pero está destinada a ser un nuevo fracaso si ninguna agrupación política logra expresar con claridad el reclamo embrionario contenido en la movilización.
Se equivocaron los que calcularon que la marcha era “contra el gobierno”. Esto va mucho más allá. Fue una movilización a favor de la instauración de un gobierno republicano. Es decir: una marcha contra todos los que avalan –por acción u omisión– el actual régimen autoritario.
El sistema político argentino está diseñado para que los poderes Legislativo y Judicial terminen siendo cooptados por el Poder Ejecutivo. El propio fiscal Alberto Nisman fue un instrumento de ese régimen autoritario durante la mayor parte de su carrera.
Nada va a cambiar hasta que se decida instaurar la independencia de los tres poderes. Por más noble que asegure ser cada nuevo gobierno, la concentración del poder, tarde o temprano, termina creando rentas extraordinarias que fabrican grandes fortunas, las cuales, inevitablemente, necesitan crear organizaciones mafiosas para poder consolidarse.
En la actual coyuntura cada nueva votación presidencial será un viaje a una aventura desconocida. Las discusiones sobre la probabilidad de cada candidato es un mero entretenimiento onanista si no aparece nadie que garantice una reforma institucional orientada a instaurar un gobierno republicano.
En Brasil una modesta investigación realizada por policías provinciales derivó, gracias a la independencia del Poder Judicial, en el descubrimiento de una megared de corrupción en la compañía estatal Petrobras. Es imposible que suceda algo así en el régimen autoritario argentino.
En unos días la “marcha del silencio” será sólo un recuerdo difuso. Tenemos varios meses más para quebrar nuestra capacidad de asombro. Vamos a escuchar muchas promesas electorales. Sólo necesitamos que nos digan cómo piensan implementar un gobierno republicano. Lo demás no importa.
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