Este investigador de la nueva economía agropecuaria cree que estamos ante una revolución productiva basada en el cruce de nuestros campos y la ciencia.
En la Pampa argentina se está produciendo una revolución silenciosa. Los alambrados están siendo reemplazados por “boyeros eléctricos”. Los “potreros” ahora son “lotes de agricultura por ambiente”. Los solitarios caminos rurales son transitados por segadoras que se orientan por GPS y funcionan a biodiesel. Los galpones de acopio están convertidos en sofisticados laboratorios. Esta revolución biotecnológica, cree el profesor Roberto Bisang de la UBA y la universidad de General Sarmiento, está creando las condiciones para una transformación de la matriz económica argentina.
¿Nos volvemos a salvar con dos cosechas?
Ahora la agricultura es fuente de materia prima para alimentos, biocombustibles y bioindustria, con lo cual el panorama de las dos cosechas se tiende a complejizar. Usted antes tenía el maíz, que convertíamos en harina y comíamos como polenta. Hoy, el maíz es cracking (base) de materia prima industrial, entonces usted tiene polenta y todos los snacks que le gusten, pero también bioetanol para combustible. Estamos cultivando maíz para hacer materia prima por la planta y no por el grano. Lo pongo en un convertidor como la síntesis química farmacéutica, le pongo una bacteria recombinante y saco una estructura molecular muy parecida a la que viene del cracking del petróleo y hago bioplástico. Entonces, a través de este ejemplo que se da multiplicado por “n” en el campo argentino y global, lo que tengo es algo que está empezando a despegar, que le está comiendo una parte a lo que era exclusivo alimento.
Las dos cosechas son ahora de biocombustible.
Exacto. Se complejiza y nos abre nuevos interrogantes. Por ejemplo, ¿cuál es la estrategia para una sociedad como la argentina que hoy tiene 5 o 6 activos básicos en este desafío? Tiene tierras feraces, con riego y sin riego, potencialidad de expansión interesante; tiene agua dulce; tiempo lumínico, que es donde la fotosíntesis opera. Y la fotosíntesis opera genética, que son semillas y animales, algo impensable para nuestros ancestros inmigrantes. Pero fueron ellos los que comenzaron todo cuando trajeron los granos y las vacas y los adaptaron para cada clima y suelo de la Argentina creando una capacidad genética muy interesante, tanto en vegetales como en animales. Ahora, además, apareció gente que entiende de biotecnología, de cómo mejorar esa máquina de transformación.
Una generación de productores biotecnológicos.
Sí, productores expertos en biotecnología. A esto hay que sumarle que hay empresarios nuevos que tienen poco que ver con la oligarquía, conocen el negocio y operan casi en la frontera técnica internacional. Del otro lado tienen una demanda por alimentos, que va sobre la base del modelo de desarrollo de los países extensos en población y territorio y que sacan su excedente del mundo industrial, como China, Nigeria, India, Indonesia, etc. Y tiene precios con un piso que es 3 veces el que era 15 años atrás. Entonces, aparece un campo, una pampa, que ya no es granos sino que son biocombustibles provenientes del maíz, la remolacha, la caña de azúcar, la soja. Y al mismo tiempo bioplásticos como las tapas verdes que ya vemos en las gaseosas. Todo esto crea un enorme mercado que antes no teníamos.
Y una oportunidad de transformación única.
Cuando uno imagina cómo será el mundo de acá a 20 años, usted tiene dos o tres impulsores. Uno es el digital y el otro, la bioeconomía, cuya base es la célula. Y en ese plano residen nuestras ventajas.
¿Cómo es la bioeconomía que viene para la Argentina?
El motor de la bioeconomía es la biotecnología. Y mientras en el mundo digital usted usa material inerte, preexistente, no renovable, en la bioeconomía se usa material vivo, renovable, con posibilidad de modificar genéticamente. A la sociedad argentina le hemos puesto un shock de recursos de unos 15 a 20 mil millones de dólares adicionales por año. Usted tiene un conjunto de producciones con estas tecnologías con un costo de producción de 2 y un precio internacional de 4. Esa diferencia entra al país de distintos modos y se apropia y se reparte internamente por retenciones, ganancias de los productores agropecuarios, de las compañías cerealeras, de los proveedores de insumos, de los dueños de la semilla, de los supermercados, etcétera. De esta manera, por primera vez, por lo menos desde la posguerra, tenemos la posibilidad de discutir estrategias de desarrollo.
¿Por qué no estamos viendo esos beneficios?
¿Usted cree que no los vemos o que hay parte de la sociedad que no los ve? Hay mucha gente que comprende perfectamente el momento histórico y trabaja en ese sentido. Y hay una dirigencia que no está preparada para entenderlo.
¿Están los productores agropecuarios preparados para ser parte de esta revolución?
Yo diría que, como todo movimiento social, tiene una elite y ya hay masa crítica. Si usted va a un congreso de siembra directa o a Expoagro, los puede ver claramente. Muchas veces va la familia completa y van a los stands a ver cuál es el mejor diseño electrónico para justificar el ajuste en el proceso de siembra o cómo hacer para captar la bioenergía que sale de la bosta del tambo.
¿Qué porcentaje de productores usted calcula que son?
Creería que son entre un 15 y un 25% del total los que están empujando; es la punta del esquema. Y tiene en la otra punta un 25%, que está mirando otro partido más tradicional. Aunque se están reconvirtiendo a gran velocidad.
¿Cómo se están transformando los campos?
Por primera vez en la historia de la Argentina, un pedacito de esa revolución biológica global pasa por la Pampa argentina. Podemos ver a los productores de Pergamino o de Tres Arroyos discutir si el trigo hay que sembrarlo a 17 o a 19 centímetros de distancia y otros que dicen que no hay que dar más vuelta la tierra porque lo que tenemos que hacer es adaptar el modelo de producción a la condición agroecológica. Entonces chau, potrero; bienvenida, agricultura de precisión, y esto se está produciendo acá.
¿Ve usted una revolución agropecuaria como la que protagonizó la generación de 1880?
Es un proceso paralelo potenciado. Y lo notable es que empezó en los últimos 15 años y ubicó a la Argentina entre los países líderes en agricultura, en un contexto macroeconómico francamente espeluznante. La velocidad del ciclo tecnológico, ahora, es mucho más rápida. En la generación del 80 usted no tenía un núcleo empresario y tecnológico propio y hoy lo tiene. Desde los noventa para acá tenemos empresas de producción agropecuaria que hicieron el paquete tecnológico y el salto de la soja transgénica más la siembra directa. Puede encontrar una treintena de grandes empresas, desconocidas en el mundo agropecuario antes, de origen nacional. Y si mira a los productores de máquina agrícola va a encontrar un nudo de unas 30 o 40 empresas ultramodernas que no teníamos en 1880. Esto se reproduce en semilleros y cabañas de reproductores bovinos, que están seleccionando toros y vacas en base a marcadores moleculares. O en los moledores de soja y maíz, un conglomerado industrial de transformación que casi no está exportando granos. De soja estamos exportando un 15% en granos, el resto es elaborado.
¿Y cómo estamos con respecto a otros países que están teniendo este mismo desarrollo?
Cuando se transforma luz a través de la genética en granos y después transforma esos granos en carnes, eso coloca esa economía entre las más competitivas del mundo. Tome el rendimiento de Argentina de soja, trigo y algunas zonas de maíz y está a la par de Estados Unidos y de las mejores tecnologías del mundo. Ahora, si usted toma el sector industrial convencional, estamos atrasados. Hay una muy buena base en el salto del semielaborado al alimento y desde el semielaborado a la bioindustria, que dependen de nuestra inteligencia y de nuestros acuerdos sociales. Ese es el desafío para los próximos 30 años. Tenemos una amplia paleta de desafíos, técnicos, empresariales, regulatorios, de percepción política y de construcción de imagen colectiva; pero ese país es posible.
Si tenemos este país posible y aparece otra gran oportunidad con las reservas de petróleo y gas de Vaca Muerta, ¿realmente estamos ante la posibilidad de transformar la Argentina?
Podríamos transformar la matriz productiva de fondo de la Argentina, que es el corset estructural que sustenta problemas de violencia, hacinamiento y mala calidad de vida.
¿Cómo hacemos para compatibilizar esta revolución con el enorme desafío de integrar a tantos millones de excluidos?
Necesitamos tiempo, una generación. Es el fenómeno de los bosques: usted escucha la destrucción cuando pasa la motosierra, pero la construcción es lenta y usted no escucha crecer. Al mismo tiempo, me parece que hay políticas de Estado ineludibles que tienen que ver con, en este caso, en una economía que tiene un vórtice sobre lo biológico, hacer una apuesta mucho más radical. Deberíamos pensar una estrategia de industrialización por sustitución de exportaciones de bajo valor agregado. Es decir, me interesa no vender más granos de maíz. Todavía, acá es más fácil exportar una tonelada de soja o una tonelada de carne en bruto, que una tonelada de lomo acondicionado para ser servido. Ese es un problema de definición local y de acuerdo social.
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