miércoles, 23 de enero de 2013



La bomba de 1975 terminó de sellar el destino del buque

Un oficial que intervino en el desarrollo del Santísima Trinidad cuenta su historia


La Armada tomó la decisión en 1989: el destructor clase 42 Santísima Trinidad sería usado sólo como fuente de repuestos para su gemelo Hércules. El buque insignia del desembarco en las islas Malvinas terminaba, así, una carrera corta de ocho años de servicio.
Orgullo naval por haber sido el primer navío misilístico armado en astilleros argentinos, se fue hacia la amarra del olvido por el bloqueo británico a la obtención de elementos vitales para sostener sus sistemas. Los dos destructores no podían sobrevivir. Y fue la bomba de Montoneros, activada en 1975 en su casco aún en construcción, la que terminó de sellar el destino del Santísima Trinidad como en un efecto de destrucción retardada.
"En esa época había problemas para conseguir repuestos para las turbinas de propulsión, los sistemas electrónicos y de armas. Se decidió canibalizar uno de los buques. El Hércules había llegado primero, pero también se tomó en cuenta que el Santísima Trinidad tenía algunos problemas que se vieron directamente en la prueba de máquinas. El atentado de 1975 afectó la línea de ejes de hélice, tenía vibraciones y se limitaba la velocidad para no perder la calibración del radar de popa", explicó a la nacion el capitán de navío (R) Néstor Domínguez.
Este oficial conoció muy bien al Santísima Trinidad. También al Hércules. Fue el hombre que estuvo a cargo de poner a punto los sistemas de radares y de armas de ambos navíos, embarcado durante meses en esos buques en la base naval británica de Porstmouth, donde se realizaron las primeras pruebas de disparos de misiles antiaéreos. Apenas meses antes de la guerra en el Atlántico Sur, Domínguez partió a bordo de la Santísima Trinidad desde Gran Bretaña rumbo a Puerto Belgrano.
Gran parte de la flota británica participó de la ceremonia. "Hasta izaron la bandera argentina en el HMS Victory (el buque del almirante Nelson) para despedirnos", recordó Domínguez.
Egresado de la Escuela Naval en 1956 y graduado en Ingeniería Electromecánica de la UBA, Domínguez estaba a cargo de resolver los misterios de un sistema de armas que incluso ponía en aprietos a sus creadores británicos. "Uno de los problemas en los radares 909 de los destructores clase 42 tenía que ver con blancos que rozaban el mar y avanzaban entre el radar de popa y el de proa; el sistema no decidía qué radar debía seguir al objetivo".
Esa falla terminaría en 1982 con el hundimiento de dos navíos iguales a los argentinos, el Sheffield y Coventry. Eso después de las pruebas que aviones navales y de la Fuerza Aérea realizaron con el Santísima Trinidad como oponente virtual.
En 1978, Domínguez estaba a bordo del Sheffield, el primer destructor clase 42, en largas conversaciones con su par británico en busca de resolver el problema de los radares. Sin saber entonces que pocos años después se alegraría de no haber encontrado allí la solución contra los vuelos rasantes.
Los barcos argentinos también hubiesen encontrado dificultades frente a ataques británicos: "No pudimos usar estos buques en combate real porque no se debe comprar buques de guerra de alta tecnología a futuros enemigos. Ellos se cubren para tal eventualidad", comentó el jefe del departamento de sistemas durante la entrada en servicio del Hércules y la Santísima Trinidad.
"Ellos, como fabricantes, tenían las herramientas para interferir las frecuencias de radar y tiro. No nos quisieron vender la transferencia de tecnología, aunque la pedimos", dijo Domínguez.
Tras la guerra, el destino de los buques era inevitable. "Algunos componentes de los radares debían reemplazarse tras 500 horas de uso y no se conseguían", indicó el capitán de navío. Antes del conflicto había intentado cubrir ese flanco. Estimó en US$ 10 millones la inversión necesaria para acaparar repuestos vitales. No dieron presupuesto.

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