viernes, 19 de abril de 2013


 


No hubo un discurso único. Pero sí muestras de hartazgo e indignación con el Gobierno.
El primero en llegar a la marcha, en medio de la indiferencia ciudadana que cruzaba Pueyrredón y Corrientes fue un empleado de restaurante, Gustavo. Venía con su esposa y dos hijas desde José C. Paz. Abrió una bandera argentina y empezó a colocarle consignas que había escrito en cartulina. A las 7 y 15 no eran más de 30 ó 40. Concentrados en la esquina, no llegaban a cortar el tránsito. Tenían el semblante de gente enojada. Molesta.
Una clase media empobrecida, de mediana edad, que no sabía ponerle palabras a su indignación con el gobierno.
Transmitían impotencia. “No nos gusta que Ella nos de órdenes”, “Marchamos por nuestros hijos, nosotros no tenemos futuro”. “Trabajé 30 años, soy jubilada, gano 2000 pesos, mientras el gobierno nos roba”. “Nos toman por tontos”. No había politización, ni consignas políticas.
Había indignación. Gente sin organización pero lastimados. Una decepción que quizá excedía el reclamo económico.
Era gente que no se conocía entre sí a la que le habían hecho algún daño.
Quizá no eran claros para expresarlo. Pero eran sinceros.
Habían llegado solos a la movilización, se miraban incluso con desconfianza, hasta que uno dijo “salgamos” y salieron. Empezaron a marchar por avenida Corrientes. Entonces no serían más de 100, con carteles de “juicio político”, “Jueces con coraje”, “Que se vayan”.
Gustavo, el primero en llegar, marchaba contra el clientelismo. “Vengo de un barrio pobre y vi el kirchnerismo en estos diez años en José C. Paz. Gente conocida que antes tenía un Opel ahora, que trabaja en la municipalidad, andan en Toyota Hilux, motos BMW o Ford Fiesta 0 km. Y a mi me dicen ´metete en política que con Cristina y el gordo (Mario) Ishi vas a ver cómo vas a crecer... pero yo no puedo darle un plan Trabajar a una persona humilde y quedarme con el 50%. Tengo una dignidad”.
Al llegar a Callao, la marcha había tomado volumen.
Tenía una longitud de cinco cuadras. Era mucho más política. “Este gobierno habla de obras.... Obras eran el túnel subfluvial de Paraná, el puente de Chaco y Corrientes, Zárate Brazo Largo. Ese era un país que hacía obras. Ahora hay menos petróleo, menos energía, crecen las villas miserias”, analizaba un señor, prolijo y sereno, de 65. También, a esas alturas, había cierta organicidad. Detrás de una bandera “Contra la impunidad de ayer y hoy”, de calle a calle, caminaban militantes de Libres del Sur.
En el Obelisco, a las 8, había caras de satisfacción. La marcha era masiva. Dos mundos se encontraban: una señora del 73, sola con su cacerola (que era de su mamá), decía: “Viví toda mi vida en Lanús, estoy al final del camino, pero estoy acá por los otros. Me indigna -cómo decirlo- el ninguneo, el afano, el no respeto al otro”. Y otra señora clásica de barrio Norte, con su cartel de “No a la reelección” resumía: “Cuando integraron La Cámpora fue el acabóse”. Subiendo por Diagonal Norte se respiraba clima de clase media instruida.
Estudiantes que rescataban aspectos positivos en el origen del gobierno ahora creían que había que “ponerle un límite”. “Refuerzan un relato en el que si no estás con ellos sos gorila o de la Rural, y eso la gente que viaja en tren no se lo cree. No los podés correr con Cecilia Pando...”, decía Paolo, de 28.
Para entonces, a la Plaza de Mayo no se podía entrar. Y esto era un llamado de atención demasiado poderoso para ser desdeñado.

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