La carne ovina ofrece una oportunidad que no se aprovecha
Buenos Aires tiene zonas con excelentes condiciones que permitirían altos niveles de producción, pero esto no ocurre.
A finales del siglo XIX se dio en el país lo que luego se conoció como la “época de oro” de la producción de ovina argentina.
En esos tiempos, la provincia de Buenos Aires tenía un stock ovino de 52 millones de cabezas, cifra que, superaba en siete veces el stock de ganado vacuno de la época. Hasta 1930 la actividad vivió su apogeo, con buena demanda europea de lanas y carnes.
La oveja, como ocurrió en gran parte del mundo, acompañó al hombre en el proceso de colonización y población, siendo sustento de economías familiares por su inigualable capacidad de proveedor simultáneo de carne, lana, cueros y leche (como dijera el doctor Javier de Urquiza, ex secretrario de Agricultura de la Nación y productor ovino, “la oveja puebla”).
La primera actividad que desarrollaron muchos inmigrantes que se instalaban en las colonias rurales, como los irlandeses y franceses, fue la ovina y hasta hace no muchos años fue común en los campos pampeanos que fuera el ovino el rubro elegido por los productores jóvenes para iniciarse en la actividad ganadera.
Los tiempos han cambiado. De la mano del desarrollo de las fibras sintéticas derivadas del petróleo se ha producido una reducción del stock mundial ovino y una especialización en las producciones de lana y carne. En la Argentina el stock existente se concentra fundamentalmente en la región patagónica.
El comercio internacional de carne ovina se encuentra dominado por Nueva Zelanda y Australia quienes juntos son responsables del 70 por ciento del volumen exportado y del abastecimiento de los mercados más importantes.
En este contexto, la Argentina solamente participa en una pequeña porción del mercado de exportación de carne ovina y lo hace con un producto premium de alto valor, derivado de las particulares condiciones de crianza que se dan en la Patagonia y de una cadena local que ha alcanzado un buen nivel de desarrollo, principalmente en la zona sur de la provincia de Santa Cruz.
Sin perjuicio de que estratégicamente se deba sostener y en lo posible aumentar esos mercados de nicho, la posibilidad de competir con los grandes jugadores en materia de carne ovina está ligada al desarrollo de una cadena de producción con altos niveles de productividad (por ejemplo, Nueva Zelanda nos duplica en promedio de corderos logrados por hembra). Por numerosos factores interrelacionados, entre los que se destaca fuertemente el aspecto ambiental, se torna muy difícil lograr dichos niveles en los campos patagónicos.
Excelentes condiciones
La Argentina, y en especial la provincia de Buenos Aires, tiene zonas con excelentes condiciones que permitirían alcanzar altísimos niveles de producción. Sin embargo, esto no ocurre y cada vez es más atípico encontrar productores cuya principal actividad sea el ovino, mas allá de las majadas de consumo de las estancias.
Varios factores confluyen en esta situación, pero merece destacarse la incertidumbre en materia comercial que enfrenta todo aquel productor que decida incursionar en la actividad. Pocos operadores industriales dedicados exclusivamente al rubro, falta de formación de plazas y precios de referencia y bases de comercialización poco claras, parecieran conformar un cuadro de situación en equilibrio estable, cuyo principal beneficiario es la comercialización informal basada en el oportunismo y la asimetría de información entre partes. El sector ovino, como pocos otros en el país, entre 2000 y 2002 ha realizado un proceso de diagnóstico de limitantes y de formulación de propuestas que ha desembocado en la máxima aspiración ciudadana de cualquier integrante de un sector productivo: la sanción de una ley específica que atienda su problemática.
Ese instrumento, envidiado por productores de países más relevantes que la Argentina en materia ovina, debiera ser la columna vertebral, el ámbito a partir del cual productores y Estado, trabajando en equipo, logren modificar la situación.
Los mercados están. El sur de Brasil está acá no más, demandante . Los precios fluctúan. En 2010 y 2011 se obtuvieron valores excelentes, en 2012 los precios no fueron buenos, pero esto no es cosa nueva para el productor agropecuario: por definición es tomador de riesgos. Lo que no desea, es hacerlo en un marco de incertidumbre en cuanto a variables relevantes para el resultado de su producción.
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